Dos socavones y cuatro edificios evacuados en Concón son la evidencia de que estos frágiles ecosistemas costeros deben ser resguardados y no intervenidos dramáticamente como ha pasado en los últimos 20 años en Chile. Estos espacios naturales de la costa como dunas, playas y humedales, son sensibles y tienen un alto valor biológico, sin embargo, la intervención de empresas inmobiliarias no cesa y se multiplican los problemas de habitarlos.
En efecto, medios de comunicación dieron a conocer recientemente una situación similar en Cachagua, que también sucedió tras los últimos sistemas frontales. En este caso se trata de un socavón cercano a un exclusivo balneario del sector, que según señala la publicación, posee los terrenos más caros para segundas viviendas en la costa de nuestro país, avaluados en más de 1,5 millones de dólares.
Sector de dunas que ya había sido objeto de investigaciones en 2001. Un estudio liderado por la Universidad Católica de Chile advertía sobre el peligro de construir en ese lugar, señalando el riesgo de socavones debido a la carga de infraestructura inmobiliaria sobre los campos dunares.
Desestabilización y degradación
La investigación de hace más de 20 años, llamada “Indicadores geomorfológicos de la fragilidad de paleodunas”, señalaba que el “efecto combinado de la fragilidad de las dunas antiguas, por sus condiciones naturales y de los usos del suelo, produce la desestabilización de las mismas y el desencadenamiento de procesos geomorfológicos que llevan a su rápida transformación y degradación”.
Carolina Martínez, directora del Observatorio de la Costa, académica de Geografía UC e investigadora de CIGIDEN e Instituto SECOS, explica que al igual que en el caso de Reñaca Norte, se trata de una paleoduna que descansa sobre una terraza que se urbanizó: “Ya en ese tiempo habían socavones, de manera que esta era una situación que también estaba prevista para lo que sucedió en las dunas de Concón”, advierte Carolina Martínez.
La investigación indica que las dunas litorales, por su localización en la interfase mar-tierra, son espacios muy frágiles, con una dinámica natural particular, que conforman hábitat originales y altamente específicos para flora y fauna. “Algunos tipos dunarios, como las dunas borderas asociadas a una playa, son muy inestables y solo pueden sustentar algunas actividades humanas controladas que no afecten su dinámica. Las dunas antiguas o paleo- dunas (estabilizadas por la vegetación) son capaces de soportar usos humanos con algunas restricciones que las protejan de la removilización. Ciertas dunas antiguas se encuentran colgadas sobre acantilados y que ya no se vinculan con una playa son también muy frágiles, como ocurre con las dunas de Punta Concón”.
Capacidad de carga
Sobre las posibilidades que tenemos para intervenir estos ecosistemas el estudio es claro y Carolina Martínez explica que, pese a contar con estas tempranas advertencias, la inexistencia de una Ley de Costas que incluya un manejo integrado de las zonas costeras ha permitido una explosión de construcciones que sobrepasan la capacidad de carga de estos ecosistemas. “Debemos pensar que cada vez que ocupamos un campo dunar o rellenamos un humedal, la vida se pone en riesgo”, recalca Martínez.
La investigadora comenta, además, que la legislación actual permite este tipo de construcciones porque prima la propiedad privada, de manera que cuando alguien es dueño de un terreno, el Código Civil –que data de 1850–, permite construir. “Pero es un negocio de vida corta -agrega-, todo el paisaje donde se insertan estos proyectos se deteriora, por ende, quienes compran en estos lugares difícilmente tendrán una propiedad para toda la vida”.